Caminar sobre las brasas de un bosque que sobrepasaba largamente la historia occidental, es a lo menos perturbador. Sentir el olor de las araucarias, cipreses, coigües y lengas, quemadas por la acción premeditada y alevosa, es a lo menos indignante. Saber que ese hábitat fue víctima del ecocidio de pudúes, pumas, centenares de tipos de aves y monitos del monte, es desolador.
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