Vía Revista Pantana.
Mientras las autoridades celebran la aprobación del embalse Zapallar como un triunfo para la región, en los territorios se encienden las alertas. No es solo una gran obra de ingeniería: es una intervención profunda sobre el río Diguillín y todo lo que vive en torno a él.
La promesa de “seguridad hídrica” suena bien, pero esconde una lógica que históricamente ha privilegiado a los grandes actores del agro, dejando atrás a las comunidades locales y a los ecosistemas. Sabemos que la escasez de agua es real, pero la solución no puede seguir siendo la misma receta: represas que modifican cursos naturales, inundan bosques y cambian para siempre la vida de quienes habitan esas cuencas. Dicen que es una infraestructura “para todos”, pero no explican cómo se distribuirá esa agua, quién tendrá acceso, ni qué pasará con quienes ya viven ahí.
El riesgo no es solo ambiental: es también social y cultural. Desde Pantana, creemos que es urgente mirar más allá de los titulares. Lo que está en juego no es solo un embalse, sino el modelo de gestión del agua en Ñuble y en Chile. Por eso abrimos este espacio para cuestionar, informar y construir otra narrativa. Una donde el “progreso” no signifique daño irreversible, sino justicia y equilibrio con los territorios.
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