Esta vez no hubo marchas ni tendencias mundiales en redes como ocurrió en Francia. Expertos dicen que es porque no se atacó a occidente.
Después de casi una semana del ataque a la universidad de Garissa, en Kenia, que dejó 148 personas muertas, entre ellas 142 estudiantes, el mundo sigue preguntándose las razones de la violencia religiosa, especialmente la perpetrada por musulmanes, que insisten en una campaña de terror en contra de otras religiones.
Sin embargo, pasado el estupor por la crueldad del atentado, muchos también se preguntan por qué no existió un rechazo general tanto de la sociedad mundial en general como de líderes del planeta entero, como cuando se presentó la masacre de doce personas en la sede del periódico de sátira Charlie Hedbo, ocurrida a inicios de año en Francia.
En esa oportunidad hubo una fuerte movilización en redes sociales gracias al hashtag #JeSuiCharlie (Yo soy Charlie, en francés) que pronto terminó en las calles de varias ciudades del mundo, traducida en marchas en rechazo al accionar de grupos islamistas y en apoyo a la libertad de prensa. Solamente en Francia la manifestación convocó a tres millones de personas y a 50 jefes de estado de alrededor del globo.
Pero pese al horroroso número de víctimas de Kenia, el mundo parece no reaccionar de la misma manera, provocando llamados de atención incluso del papa Francisco, quien el domingo de pascua, después de la tragedia en África, pidió que cesen las persecuciones religiosas y exhortó a la comunidad internacional a que «no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria».
El analista y catedrático internacionalista Enrique Serrano dice que este fenómeno obedece a dos situaciones. La primera, dice el experto, es que el ataque del grupo somalí Al Shabab en Kenia no afectó ninguna entidad occidental y ocurrió en un país africano que no tiene mayores influencias en el resto del continente o en Europa.
«Kenia no tiene una influencia geopolítica tan amplia, lo que hace que sea un ataque casi que anecdótico en una zona en la que ni Francia ni Reino Unido, por ejemplo, tienen influencia alguna. Eso influye del mismo modo en el cubrimiento del periodismo internacional, porque no hay realmente una idea de que se atacó una zona vedada sino un sitio pobre, vulnerable y lejano».
Serrano añade que también queda la sensación de que el ataque no violó protocolos de seguridad internacionales, por lo que resta impacto en términos de miedo de la comunidad mundial.
«Se trató de un ataque relativamente fácil de llevar a cabo. No se realizó en el centro de París, donde hay fuerzas antiterroristas, cámaras de vigilancia, policía. No hay un Ejército en vigilancia y no se requirió de un despliegue suicida que generara zozobra», explica el especialista.
Añade que el otro elemento para tener en cuenta al analizar el impacto que tuvo la masacre es que podría haber un acuerdo entre medios de comunicación para no visibilizar estos hechos y no «darle gasolina mediática» a grupos yihadistas de Oriente Medio y África.
Luto internacional
Pese a que no se llegó al rechazo masivo de hechos violentos como el de Charlie Hebdo, tras el asesinato de los estudiantes de Garissa, la frase 147 not just a number’ (147 no es solo un número) se ha venido compartiendo en las redes sociales como una especie de duelo virtual a través del mundo.
«Los nombraremos uno a uno», advierte la activista Ory Okolloh, autora de la etiqueta «147 not just a number», con la que quiso llamar la atención dentro y fuera del país africano.
Internautas de todo el mundo han criticado la escasa movilización internacional ante el ataque contra esta universidad -en el que todas las víctimas han sido kenianas-. Pero más allá de la llamada de atención a la opinión pública internacional, los kenianos reclaman un cambio en un país demasiado acostumbrado a las matanzas y al miedo.
«El silencio no seguirá siendo nuestro lenguaje nacional», espeta Okolloh, una de las 100 personas más influyentes según la revista Time en 2014.
El célebre escritor Binyavanga Wainaina, que figuraba en esa misma lista, también dirige sus críticas al Gobierno y sociedad kenianas, que según asegura en una declaración publicada en su perfil de Facebook «debe recordar» a todas sus víctimas.
«No somos una nación si no podemos recordar a todos los ciudadanos que perdemos (…) El olvido no es bueno», sentencia.
También bajo la etiqueta «They have names» («Tienen nombres»), los kenianos han colgado fotos de sus amigos, hijos y hermanos, jóvenes que posan casi siempre alegres sin sospechar que Al Shabab les arrebataría su futuro.
Aunque más de 60 cadáveres ya han sido identificados, decenas de familias hacen cola hoy en el tanatorio de Chiromo, donde durante esta jornada se espera identificar a los cerca de 80 cuerpos restantes, tarea que complica el mal estado de algunos de los cadáveres, relatan medios locales.
Pese a que el de Garissa ya es el peor atentado de Al Shabab en Kenia, algunos echan de menos una repuesta del Gobierno similar a la de otro ataque reciente: el asalto al Westgate en septiembre de 2013, donde murieron al menos 67 personas.
«Para el Westgate hubo una orden ministerial que ordenó a hospitales y tanatorios asistir a las familias. ¿Y en el ataque a Garissa?», denuncia el famoso activista Boniface Mwangi.
Desde su atalaya virtual, el bloguero llama a las autoridades kenianas a proveer de comida y bebida a las familias que han llegado desde muchos puntos del país para identificar a sus hijos.
Mwangi, responsable de la mayoría de las manifestaciones que se organizan contra la corrupción y la violencia en Kenia, también pone en duda que la cifra oficial de 148 muertos sea real, y la eleva por encima de los 200.
Para luchar contra la opacidad, se ha puesto en marcha una iniciativa en la red titulada: «No olvidados», que pretende reunir datos sobre los muertos en Garissa y otras tragedias terroristas recientes.
Quizás sean los propios kenianos quienes hagan realidad el deseo del escritor Wainaina: «Quiero ir a un lugar. Un trozo de tierra, también un lugar virtual, donde podamos encontrar todos los nombres de quienes han muerto por Kenia desde 1963 (…) Quiero conocer la vida de los que ya no son visibles, pero cuya sangre importaba».
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