jueves, diciembre 5, 2024

Nütramkam para las nuevas generaciones mapuche. Escritos de la poeta mapuche Maribel Mora Curriao

Decían los antiguos, futakuifikeche, que hay instantes cuando los sueños se vuelven palabra, hechos, actos que no olvidaremos nunca. Hace algunos días la elección de candidatos a convencionales constituyentes encargados de redactar la próxima constitución de este país, nos regaló unos de esos instantes. Punta Arenas fue el lugar donde se abrió el primer voto de las ansiadas elecciones de convencionales constituyentes y por apuro, impulso o desliz, el presidente de la primera mesa tomó en sus manos un voto verde. Nadie lo detuvo ni comentó nada. Con el corazón en la mano muchos seguíamos, hipnotizados, la apertura de ese primer voto. Un voto que desde el extremo sur del mundo le diría algo a este país en sus más de doscientos años de república. Ese voto se abrió y mi corazón dijo patria, dijo pueblo, nación, como en los sueños:

Porque no debemos decir pueblo

Decimos pueblo

Porque no debemos decir patria

Decimos patria

Erguidos desde el polvo resistimos

La última bofetada de la historia

Decimos pueblo nación hasta cansarnos

Los hijos repetirán nuestras palabras

Y los hijos de los hijos en nueva patria

Y otra vez hasta confundirnos

Las sombras

Los sueños

El kupalme

La voz del presidente de mesa, como wuñelfe/lucero en su destello, dijo juventud, dijo fuerza y la belleza aguerrida de mi pueblo se empozó en mis ojos. La lamngen abogada, activista y werkén de los presos políticos mapuche, Natividad Llanquileo, se alzaba incólume en su hermosura, en sus certezas, frente a todos aquellos que antes la denostaron. Durante tanto tiempo, tan largo tiempo en la memoria de mi pueblo, lo feo, lo malo, lo odioso, lo violento, lo grosero, lo bárbaro e inapropiado, fueron los calificativos que se nos asignaron. La belleza y la ternura no nos fueron concedidas en la república de Chile.

Y tuvimos que ocultar nuestras vestiduras

Y tuvimos que ocultar nuestras palabras

Y ya no fuimos mas que sombras en este mundo

demasiado blanco para ver nuestras manos.

Y mientras tanto sangre entre los dedos,

mientras tanto sangre entre los ojos,

sangre en las pisadas, mientras tanto.

Sudor. Silencio cómplice. Apretando los dientes

una urbe poblada de gritos.

Largas noches. Temibles días y temibles horas

en señal del progreso como en el origen.

En nombre de Saavedra,

en nombre de Urrutia, de Roca y de Sarmiento.

En nombre de la ciencia, Moreno, el terrible,

en nombre de la patria Alsina y Vicuña Mackenna.

Los ojos lloraban esas noches.

La luz enceguecía nuestros días.

Por eso debimos ocultarnos en el monte de la palabra poética, me digo hace tanto tiempo, maraña y espesura, delirio sin retorno, pérdida, pálpito agónico, canto, corazón y aire… Y no tuve tiempo aun de calmar mi piuke, mi corazón alborotado, cuando oí junto a todo el país mapuche, al presidente de mesa leer en voz alta el segundo voto: justicia, valentía, fuerza y certeza, se estremeció mi cuerpo. Francisca Linconao se escuchó en las pantallas de todos los chilenos. El eco de las palabras caló hondo en mi corazón mapuche. Como el chasquido de las ataduras cuando se rompen, como el grito desde lo profundo de la tierra, como la ternura que abraza y ciñe al mismo tiempo, el corazón lleno de esperanzas. Los brazos de mi abuela desde el infinito sellaron ese instante con su recordada ternura

como la espuma

como la brisa

como la aurora

nos rodean

se disipan

como el aroma

nos inundan

nos desbordan

nos contienen

como la brisa

como la espuma

como la aurora.

La Machi Francisca Linconao, dije en voz alta. La que estuvo presa nueve meses en una cárcel de Temuco. La misma que increpó con fuerza a jueces, carabineros y policía de investigaciones por el montaje urdido en su contra y la de 11 mapuche. Nueve meses de ignominia que ahora eran revertidos de algún modo en esta investidura; nueve meses que podrían haber sido para engendrar odio hacia este país sonámbulo, pero que desde la buena voluntad de mi pueblo se transformaba en la dignidad que tanta falta le hace a esta patria, a esta matria, que cada cierto tiempo se levanta contra el dolor que le infligen. Falta esa dignidad liberadora de la machi que se atrevió a tanto mirando digna al horizonte de sus abuelos en la memoria.

Hombre joven y Mujer joven, decimos nosotros en nuestros cantos

Sus manos, sus cuerpos, derramen sueños sobre la tierra.

Mujer vieja y Hombre viejo, luna y sol, a ustedes acudimos.

Extraviados como visiones nuestros espíritus errantes.

Hombre joven y Mujer joven, Hombre viejo y Mujer vieja y los hombres

todos y las mujeres todas de nuestro küpalme, escuchen las plegarias. 

Que las rutas sean libres, que el camino sea largo. Petu mongenleiñ,

petu mapuchengeiñ, como un conjuro, pedimos buenas palabras.

“Nuestra lengua, ñañita, ¿dónde está nuestra lengua?”, interpela serena la lamngen Elisa Loncon, que a paso firme en la capital del Reyno se abrió un espacio privilegiado en la Convención Constitucional. Con su obstinada paciencia, con su fuerza inmemorial, la ñaña rompió el silencio de mi pueblo; rompió y acalló el rugido de la urbe; gritó con el furor de la mujer mapuche por tantos siglos de acallamiento forzado, su corazón, su palabra: Mvñoweftuay tayiñ kimvn, pu lamngen. ¡Marriciwew! Renacerá nuestra sabiduría. ¡Diez veces venceremos!

bailan los lawen en la montaña

se vuelven el aroma

del mapunzugun que hoy día falta.

Que se vuelva mallin la tierra

menoko las praderas.

que mi cuerpo conjure los sueños

En la noche más oscura

las palabras

lawen que espanta la bruma.

Y seremos palabra y suceso que nace como el águila, Adolfo Millabur Ñancul; seremos río que fluye Rosa Catrileo; oleaje que transforma Carmen Caifil; avecilla y cóndor Carmen Jaramillo Gualamán en el cielo que se abre a nuestros sueños. Pu lamngen, pu papai, pu wentru, pu chachai, ese voto mapuche dijo patria, dijo pueblo, nación hasta cansarnos

Los hijos repetirán nuestras palabras

Y los hijos de los hijos en nueva patria…

Nosotros recordamos en silencio a los que partieron. La tierra respira hondo para seguir viviendo.

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