miércoles, octubre 9, 2024

Despojo salmonero, resistencias insulares y el mensaje de los peces varados en las costas australes de Chiloé

“Los peces y mariscos (y también lobos marinos) que en toneladas aparecen muertos en las playas de Chiloé nos muestran con un dramatismo extremo las consecuencias del modelo extractivista exportador que ha sometido toda la diversidad social y geográfica de Chile,la muerte múltiple de todo lo que exista en los territorios que aterriza y despoja, revelando la necesidad de modificar el actual modelo que más allá de las  innumerables discusiones existentes en torno a él, en la práctica nos está llevando a la muerte de economías locales, ecosistemas, formas de vida múltiples, memorias y futuros que hoy están en nuestras manos como sociedad seguir pavimentando ese camino, o bien atreverse a forjar otras sendas de la relación sociedad-naturaleza en cada uno de nuestros territorios-maritorios donde las economías locales diversas y sustentables, los ecosistemas y sus bienes comunes naturales, las comunidades, culturas y subjetividades tengan cabida, donde sea posible establecer democracias territoriales y podamos seguir viviendo en esta tierra.”

 

 

Despojo salmonero, resistencias insulares y el mensaje de los peces varados en las costas australes de Chiloé

 

Por Bárbara Jerez

Doctora en Estudios Latinoamericanos

Instituto de Ecología y Ambiente Humano

Universidad Nacional de Salta, Argentina

 

La devastación ecológica y social que hoy en díase muestra con una fuerza inusitada en las costas de los archipiélagos de Chiloé -un territorio ancestral ubicado en las insularidades australes del Sur de Chile- junto a las diversas movilizaciones sociales que actualmente se levantan en la zona protagonizadas por sus propios habitantes, ponen forzosamente sobre la mesa el desastre múltiple que ha provocado el modelo de desarrollo extractivista de monoproducción intensiva para la exportación que va convirtiendo a las comunidades locales y ecosistemas a lo largo y ancho del país en verdaderas zonas de sacrificio. Ello constituye una consecuencia del despojo, desterritorialización, subordinación, contaminación y sobreexplotación que este modelo significa para las comunidades y territorios donde se ancla. En ese sentido, el archipiélago de Chiloé es redefinido desde las cartografías centralistas de los poderes nacionales y transnacionales como un territorio periférico subordinado al servicio de los intereses de los capitales salmoneros, forestales, y energético (sin mencionar las más de doscientas peticiones mineras de explotación que hay registradas en la provincia) que aterrizan y desembarcan en la zona atraídos por las ventajas comparativas para la sobreexplotación indiscriminada de sus bienes comunes naturales, especialmente del mar, sus bosques, el agua, los minerales que hay en sus entrañas y sus paisajes, entre otros.

Este proceso también implica la exclusión y explotación de las comunidades locales, que en el caso concreto de la salmonicultura a gran escala en Chiloé ha significado el desplazamiento de las comunidades locales y de sus economías locales basadas en la pesca artesanal y recolección de algas (junto a una pequeña agricultura de subsistencia) por la ocupación y acaparamiento del borde costero para abrir forzosamente paso a la salmonicultura que en esta zona ha alcanzado más del 90% del mismo, y que más encima en los últimos años ha logrado extenderse hacia las australes regiones de Aysén y Magallanes donde paulatinamente también va acaparando sus bordes costeros.

En esa conjunción de miseria y marginación que deja el desplazamiento de la pesca artesanal junto a la de otras actividades económicas tradicionales como la agricultura y la ganadería a pequeña escala, la precariedad laboral ya preexistente y el abandono forzoso del Estado al archipiélago, abren paso para que la salmoniculturase imponga territorialmente bajo las conocidas y clásicas retóricas extractivistas del “progreso” y “desarrollo” como argumentos para obligar a aceptar y legitimar socialmente su aterrizaje en el territorio, aprovechando y explotando a grandes masas de cesantes o subempleados  que –ante la falta de alternativas otras para su subsistencia-son captados para puestos de trabajo con sueldos y condiciones laborales precarias que acrecientan la plusvalía de estos capitales a costa de la perpetuación de la pobreza, contaminación y dependencia económica del archipiélago.

Además, es sabido desde hace bastantes años atrás que el daño ecológico dejado por la industria salmonera en la zona -que es evidente principalmente por la contaminación de las playas y por el agotamiento de la flora marina- es causado por la sobredosis de la utilización de antibióticos que excede en más de cinco mil veces los índices permitidos en Noruega que es el primer productor mundial de salmones (Chile es el segundo productor), el vertido de desechos, la sobrepoblación indiscriminada de salmones superando ampliamente la capacidad permitida, la introducción de más de veinte enfermedades en la flora marina como es el caso del virus ISA que más de una vez ha provocado una grave crisis del rubro salmonero, y las numerosas ocasiones previas en que se han vertido toneladas de salmones podridos y en estado de descomposición sobre las costas de Chiloé. Así, podemos decir que la gran catástrofe que hoy vive el archipiélago más que ser una situación coyuntural por la marea roja o el arrojamiento reciente de toneladas de salmones muertos es una sumatoria de todos los elementos que se acaban de enunciar hasta aquí.

Este escenario responde a la implementación en las insularidades australes de una territorialidad hegemónica extractivista es decir, en la imposición de una determinada apropiación económica, sociocultural y ecológica del territorio orientada a una reconfiguración de sus dimensiones materiales y simbólicas para la extracción y despojo primario exportador de sus bienes comunes naturales por parte de grandes conglomerados transnacionales (y nacionales también) que aterrizan –o desembarcan- en la zona y exportan los excedentes económicos de estos procesos hacia geografías lejanas, generalmente hacia los grandes enclaves económicos globalmente dominantes. Esta territorialidad de manera paralela va despojando no sólo a las economías locales y los ecosistemas, sino que también a los tejidos sociales, subjetividades diversas y formas de convivencias cotidianas, lo que de manera conjunta significa un despojo de la vida en su amplio sentido de la palabra.

Las territorialidades hegemónicas extractivistas constituyen el armazón colonial territorial de modelo económico chileno, que en su implementación socioespacial desprecia y arrasa con las economías locales –y en este caso la pesca artesanal y el mundo agropecuario campesino) y terina prácticamente anulándolas o estrangulándolas para convertir dependientes a las comunidades de la presencia del capital extractivo de turno en condiciones que a medida que pasa el tiempo se vuelven aún más precarias y devastadoras de los ecosistemas locales, lo que también sacrifica la mayor parte de las posibilidades de establecer en el territorio economías autónomas y de mayor sustentabilidad.

Dicha territorialidad impone concretamente una doble visión del territorio y maritorio de Chiloé, que por una parte es definido como una fuente infinita de “recursos naturales” que se pueden saquear libremente, y también como un verdadero basurero en el que se envían los desechos al mar; ambas concepciones en su conjunto representan una visión centralista, colonial y capitalista del archipiélago que lo va convirtiendo paulatinamente en un territorio de muerte que hoy se manifiesta de manera material y simbólica a través de las toneladas de salmones muertos, podridos y contaminados que además desnudan la negligencia, corrupción e impunidad con la que estos emprendimientos aterrizan en Chiloé y sobreexplotan sus fiordos.

Hoy la marea roja tiene un fuerte olor a salmón, y la deslegitimidad de las instituciones gubernamentales junto al sector empresarial genera un profundo cuestionamiento a estos actores por parte de la sociedad a nivel nacional y de manera particular en las comunidades locales de Chiloé que gracias a la acción de dichos sectores han sido seriamente contaminadas sus zonas poniendo en riesgo la salud de la población y arruinado las fuentes laborales de las numerosas familias de pescadores artesanales cuyo sustento depende de esta actividad.

Sin embargo, en medio de este escenario desolador emerge la fraternidad local, la identidad, aunque devastada y fragmentada por la herida colonial del sacrificio territorial, sale a la luz una dignidad común que aflora con una inusitada fuerza frente a la adversidad bajo la consigna de “Chiloé está priva’o”, que vuelve a refrescar la memoria colectiva de los habitantes del archipiélago como una comunidad que pese a todo aún existe como tal con una inusitada fuerza social, que hoy se levanta y convoca a través de las múltiples barricadas, tomas de rutas, marchas, concentraciones y deliberaciones en las plazas públicas; o los simples diálogos cotidianos para levantar una voz de resistencia y lucha por la vida, que a su vez despierta las solidaridades y resistencias en las comunidades vecinas de localidades como San Juan de La Costa, Puerto Montt, Temuco, Coyhaique y tantos otros lugares del sur que sufren los mismos sacrificios territoriales que en Chiloé, y que también hace eco en otras zonas de despojo en el resto del país y de nuestra saqueada América Latina.

Los peces y mariscos (y también lobos marinos) que en toneladas aparecen muertos en las playas de Chiloé nos muestran con un dramatismo extremo las consecuencias del modelo extractivista exportador que ha sometido toda la diversidad social y geográfica de Chile,la muerte múltiple de todo lo que exista en los territorios que aterriza y despoja, revelando la necesidad de modificar el actual modelo que más allá de las  innumerables discusiones existentes en torno a él, en la práctica nos está llevando a la muerte de economías locales, ecosistemas, formas de vida múltiples, memorias y futuros que hoy están en nuestras manos como sociedad seguir pavimentando ese camino, o bien atreverse a forjar otras sendas de la relación sociedad-naturaleza en cada uno de nuestros territorios-maritorios donde las economías locales diversas y sustentables, los ecosistemas y sus bienes comunes naturales, las comunidades, culturas y subjetividades tengan cabida, donde sea posible establecer democracias territoriales y podamos seguir viviendo en esta tierra.

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