Publicado por El Diario
A finales de enero, el Gobierno ecuatoriano concedió a una petrolera china los derechos de exploración de dos bloques más de la Amazonía sur ecuatoriana, lo que afecta a los territorios de la comunidad indígena Sarayaku.
«Hay carreteras grandes donde antes vivían nuestros abuelos, ni siquiera han respetado nuestro cementerio», dice Alicia Cahuiya, en referencia a la explotación del Parque Natural del Yasuní
Las mujeres amazónicas se han convertido en un actor clave contra la explotación medioambiental de las multinacionales, como también ha demostrado la lucha de la hondureña asesinada Berta Cáceres
Es mediodía en Puerto Canelos, en la Amazonía sur de Ecuador. Mientras el calor aprieta, decenas de mujeres con sus bebés a cuestas desembarcan de las canoas con las que han surcado el río Bobonaza. Vienen de Sarayaku, una comunidad indígena Kichwa que lleva décadas resistiendo los intentos de extraer el petróleo que yace bajo las raíces de sus majestuosos árboles. Pese a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos tiró de las orejas al Estado ecuatoriano en 2012 al fallar a favor del pueblo Sarayaku en su litigio antipetrolero, el Gobierno de Rafael Correa sigue empeñado en continuar el legado extractivista de sus antecesores.
El 25 de enero, el Ejecutivo ecuatoriano concedió al consorcio Andes Petroleum, formado por dos empresas chinas (Sinopec y CNPC), los derechos de exploración de los bloques 79 y 83 de la Amazonía sur ecuatoriana, lo que afecta a una parte del territorio de Sarayaku. Tras truncar en la década de los 90 las aspiraciones de la petrolera argentina CGC de perforar el suelo selvático en busca de crudo, la comunidad se prepara para resistir frente a la nueva amenaza.
Las mujeres de Sarayaku viajaron durante varias horas río arriba hasta llegar a Puyo, la capital de la provincia de Pastaza, donde se celebró la marcha del Día Internacional de la Mujer. Cientos de mujeres indígenas de diferentes pueblos amazónicos como los Sápara, los Huaorani o los Kichwa de Sarayaku se reunieron para expresar su rechazo al acuerdo del Gobierno de Rafael Correa y el consorcio petrolero chino. Sólo el pueblo Sápara, que apenas cuenta con unos pocos centenares de miembros, verá afectado un 40 % de su territorio por la concesión a la empresa china, poniendo en riesgo su misma supervivencia. «Si sacan el petróleo será el fin de todos los Sápara», aseguró una de sus líderes, Gloria Ushigua.
Se trata de una muestra más de la ya consagrada presencia de la mujer en la defensa del territorio. Su papel en las comunidades indígenas ha ido cambiando a lo largo de los últimos años. De verse relegadas a la esfera privada y no tener ningún papel en las decisiones políticas comunitarias, las mujeres han ido ganando terreno hasta convertirse en un actor clave en los procesos de resistencia indígena.
En México, por ejemplo, ha sido notorio el rol desempeñado por las mujeres en la construcción del autogobierno zapatista en Chiapas. En Centroamérica, el reciente asesinato de la hondureña Berta Cáceres ha puesto de manifiesto la importante labor de las indígenas en las luchas en defensa del territorio frente a gobiernos y empresas transnacionales.
En el caso de Ecuador, el paso adelante dado por las mujeres ha sido relativamente reciente. En 2013 se produjo una de las primeras movilizaciones llevadas a cabo directamente por mujeres indígenas durante la marcha desde Puyo hasta la capital Quito para protestar contra la explotación del Parque Nacional Yasuní.
«Las mujeres somos las defensoras de nuestra madre tierra. Hacemos producir la alimentación para nuestros hijos y nuestros maridos. Somos las cuidadoras de la selva viva que existe en la Amazonía. Somos las madres que luchamos día y noche cargando nuestros bebés para defender nuestra cultura, nuestro idioma y nuestras costumbres», defiende Ena Santi, representante de la Asociación de Mujeres del Pueblo Originario Kichwa de Sarayaku.
Un pueblo entero amenazado
La lideresa de la Asociación de Mujeres Sáparas, Gloria Ushinga, explica que apenas quedan alrededor de 400 miembros de esta nacionalidad indígena. Su lengua, aunque fue declarada por la Unesco Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, está prácticamente extinta. Por ello, según Ushigua, el proyecto petrolero pone en cuestión la propia supervivencia de los Sápara como pueblo.
«Yo crecí en las riberas del río Conambo y del río Tinduyacu. Estoy pidiendo apoyo a todas las mujeres que están aquí. Pienso que si sacan el petróleo de nuestro territorio será el fin de todos los Sápara porque somos muy pocos», denuncia Ushigua manteniendo su rostro impasible, vestida con el traje tradicional de su pueblo, con dos plumas rojas alzándose sobre su tupida cabellera negra. «A los que quieren sacar el petróleo no les va a afectar, pero nosotros nos hemos de morir todos».
El pueblo Sápara, que está repartido entre Ecuador y Perú, llegó a contar con unos 20.000 habitantes a mediados del siglo XIX, pero la llegada de las empresas madereras ansiosas de caucho diezmó su población, que fue sometida a la esclavitud. Más tarde, los Sápara utilizaron los matrimonios interétnicos como estrategia de supervivencia, lo que llevó al mestizaje cultural y al abandono de su lengua propia. En la actualidad, los pocos miembros de este pueblo que sobreviven se ven nuevamente amenazados por la llegada de empresas que buscan materias primas, en este caso de petróleo.
«Nuestro territorio se encuentra amenazado por transnacionales petroleras chinas. Nuestra nación y familias vemos vulnerados nuestros derechos en la pérdida y contaminación de nuestro territorio. Estamos dispuestas a proteger, defender y morir por nuestra selva, familias y nación», explican desde la Asociación de Mujeres Sáparas.
Otra de las nacionalidades indígenas afectadas es la ecuatoriana Huaorani, que ya ha sufrido las consecuencias de la extracción petrolera. Por eso Alicia Cahuiya, lideresa Huaorani, empezó a luchar desde muy joven. «Yo nací en el Yasuní y soy de la provincia de Orellana, empecé a luchar porque vimos que las petroleras entraron en nuestra casa sin respetar, sin consultarnos. Mi casa está totalmente destruida y el río lo tenemos contaminado».
Ataviada con una corona de plumas multicolores, la cara pintada de rojo a modo de antifaz y varios collares forjados con semillas amazónicas, la representante Huaorani se lamenta: «Hay carreteras grandes donde antes vivían nuestros abuelos. Ni siquiera han respetado nuestro cementerio».
Nuestra nación y familias vemos vulnerados nuestros derechos en la pérdida y contaminación de nuestro territorio. Estamos dispuestas a proteger, defender y morir por nuestra selva, familias y nación.La historia de vulneraciones de derechos indígenas y desastres medioambientales en el norte de la Amazonía ecuatoriana es larga. El caso más conocido es el de la petrolera estadounidense Chevron-Texaco, que dejó un legado tóxico de contaminación de ríos y suelos, deforestación, enfermedades y dos pueblos indígenas desaparecidos. Incluso dentro del Parque Nacional Yasuní, una de las zonas con más biodiversidad del planeta, se han producido derrames de crudo.
El fracaso del plan ecologista de Correa
En 2008 fue la española Repsol la responsable de una filtración de petróleo que afectó a la comunidad Huaorani de Dícaro y a una parte del Yasuní. La reserva natural amazónica saltó a la fama cuando el presidente Correa lanzó la iniciativa Yasuní-ITT, con el objetivo de mantener el petróleo bajo tierra a cambio de una compensación de la comunidad internacional. El proyecto no salió adelante por el escaso apoyo económico que los demás países brindaron a la iniciativa, por lo que en 2013 Correa anunció su intención de extraer el crudo del bloque 31, en pleno parque nacional.
Los bloques 79 y 83, ahora entregados a Andes Petroleum, colindan con el Yasuní y con la denominada «zona intangible», donde habitan pueblos en aislamiento voluntario como los Tagaeri y los Taromenane. Los Huaorani han tenido algunos enfrentamientos con ellos, pero Cahuiya tiene claro que es más lo que los une que lo que los separa: «Mi pueblo está muriendo por la contaminación del agua. En el Yasuní viven también los pueblos no contactados y no queremos que les pase lo mismo que a nosotros, que hicimos contacto», sentencia.
«Hasta la última gota de petróleo»
La voluntad del Gobierno ecuatoriano de seguir explotando los recursos naturales de la Amazonia se ha ido haciendo más patente con el paso de los años. Si en 2008 Ecuador se convirtió en una referencia mundial del ecologismo al otorgar derechos a la naturaleza en su nueva Constitución y al promulgar la iniciativa Yasuní-ITT, en la actualidad Correa no esconde sus deseos de «explotar hasta la última gota de petróleo para salir de la pobreza».
Así lo declaró en una entrevista a Le Monde durante la Cumbre del Climacelebrada en París en diciembre. «La parte sur de la Amazonía está prácticamente inexplorada. Hace falta explorarla para dar paso a la explotación, lo que tardará varios años. Pero nos hace falta beneficiarnos de nuestros recursos. Eso es lo que le propuse al pueblo ecuatoriano, muy claramente, y así ganamos las elecciones en la primera vuelta con casi el 60% de los votos», afirmó Correa.
Además de por las cuestiones ambientales, muchos ponen en duda la política de extracción petrolera del Gobierno por la actual situación del mercado mundial de hidrocarburos. A finales de enero, el petróleo ecuatoriano llegó a tener un valor de 20 dólares por barril, una cifra ínfima si se compara con los casi 100 dólares de 2013.
El Gobierno se benefició del llamado ‘segundo boom petrolero’, con unos precios que se mantuvieron altos durante los primeros seis años de gestión. Estos ingresos permitieron aumentar el gasto público y reducir los niveles de pobreza, que pasaron del 37,6% en 2007 al 22,5% en 2014, según el Banco Mundial. No obstante, los bajos precios que en la actualidad arroja el mercado petrolero ponen en duda la sostenibilidad económica de las políticas de extracción de combustibles fósiles.
La activista ecuatoriana Nina Osorio tiene claro que el Gobierno debería cambiar su política. «A pesar de que sacar el petróleo del suroriente es económicamente inviable, a pesar de que las reservas de crudo no están probadas, a pesar de que el barril de petróleo no alcanza los 20 dólares, el Estado ecuatoriano insiste en el genocidio de los pueblos indígenas, en entregar el territorio de la poca vida y la poca Amazonía que nos queda a las empresas transnacionales», manifestó Osorio durante el foro celebrado en Puyo.
Apenas un mes y medio antes de firmar el contrato con Andes Petroleum, Correa se dirigió a los líderes mundiales reunidos en la COP21 de París con un grito: «¡El planeta ya no aguanta más!». Ahora son las mujeres indígenas amazónicas las que levantan su voz contra la explotación de la naturaleza. «Existe todavía un Gobierno sordo, ciego, necio, que no entiende. Nuestros territorios continúan amenazados y debemos continuar defendiendo la herencia de nuestros hijos», denuncia Katy Machoa, representante de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE).
«Tenemos la fuerza, la decisión, la valentía de hacerlo, estamos juntas en esta lucha, nosotras no nos compramos, nosotras no nos vendemos, tenemos dignidad. Así somos las mujeres de la Amazonía», añade Machoa.
Con ese ánimo marcharon el 8 de marzo durante horas por las calles de Puyo bajo un sol de justicia que no tardó en dar paso a una lluvia torrencial. Sin dejarse influenciar por el cambiante clima tropical, las mujeres indígenas mostraron su determinación para defender su territorio. Y así, con sus caras pintadas y sus hijos a la espalda regresaron de vuelta a sus comunidades, adentrándose en una selva que no quieren permitir destruir.