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Nación, nacionalismo y plurinacionalidad. Un mensaje para el temor de los Mosciatti de radio Bio-Bio

Es en ese sentido que un concepto normativo de nación viene a evidenciar otro tipo de miedos, que Mosciatti no ha sido capaz de admitir. Lo que está en juego es el modelo de desarrollo y toda una episteme que ha sido interrumpida por la emergencia de una subjetivación que, lejos de los fantasmas desintegradores y apocalípticos de la reacción derechista, lo que desea es ser nación de otra forma, vivir juntos de una manera distinta a cómo ha sido hasta ahora.


Por: Danilo Billiard
19 de julio de 2021


En una de sus habituales columnas de opinión, el director de Radio Bío Bío, Tomás Mosciatti, se refiere al Estado Plurinacional que una mayoría de convencionales han declarado como uno de los aspectos fundamentales que debe considerar la nueva constitución.

La columna lleva como título “La Araucanía hacia la independencia”, y en ella Mosciatti realiza un recorrido por el moderno concepto de nación y sus características, entre las cuales destaca las costumbres, tradiciones y la lengua homogénea de quienes habitan un mismo territorio, pero especialmente, “una conciencia común de intereses compartidos que les permite desear seguir viviendo juntos”, sostiene el analista.

Una de las consecuencias autodisolutivas del universalismo moderno, es precisamente haber concebido las identidades culturales sobre la base de mecanismos de inclusión excluyente, de modo que la nación chilena y su fundamento jurídico, el Estado, se construyó aplastando la autonomía del mundo mapuche.

Sin embargo, Mosciatti no disimula su adhesión a esta máquina civilizatoria promotora de colonialismos, y reconoce que los mapuche son una nación, pero una nación derrotada. Entonces, que la unidad cultural de Chile se encuentre hoy bajo amenaza, no es un problema de la plurinacionalidad e incluso siquiera de la autonomía, sino del más atávico nacionalismo que solo valida la cultura mapuche cuando representa una expresión devaluada de la chilenidad en su primacía, hoy gestionada por las políticas del reconocimiento.

Pero Mosciatti es abogado y su problema, en efecto, es el Estado, sustrato de la nación en la historia de Chile. Lo que -parafraseando a Walter Benjamin- preocupa al director de Radio Bío Bío es la ubicación de la violencia por fuera del derecho, mucho más que su contenido, porque la colonización y la usurpación territorial es el proceso mediante el cual la violencia es monopolizada por el Estado, que lógicamente no es el resultado de una sustracción voluntaria.

Como sabemos, las cosas pueden siempre ser de otro modo, en la medida que las relaciones de poder no son modalidades de sujeción inmutables. Sin embargo, el dispositivo de la nación ha servido justamente para eso: deshistorizar los sentidos de pertenencia y ligarlos a un abstracto origen espiritual (o biológico) anterior a toda organización política.

Es en ese sentido que un concepto normativo de nación viene a evidenciar otro tipo de miedos, que Mosciatti no ha sido capaz de admitir. Lo que está en juego es el modelo de desarrollo y toda una episteme que ha sido interrumpida por la emergencia de una subjetivación que, lejos de los fantasmas desintegradores y apocalípticos de la reacción derechista, lo que desea es ser nación de otra forma, vivir juntos de una manera distinta a cómo ha sido hasta ahora.

Por eso el gesto de la bandera chilena y la bandera mapuche flameando en una misma intensidad durante la revuelta, es la imaginación emergente de un pensamiento plurinacional inasimilable a la dialéctica amigo-enemigo que está en la base de la teología política schmittiana y a la que Mosciatti parece peligrosamente próximo, al reducir lo político a la forma-Estado. Si la subjetividad chilena se había constituido a partir de la división jerárquica con el pueblo mapuche, es porque la persona soberana solo había de corresponder jurídicamente al Estado y culturalmente a la única nación posible en este territorio: Chile, con sus tradiciones, sus costumbres y su lengua.

En cambio, la plurinacionalidad (que provocaría una fisura en el modelo estatal) nos propone una idea de lo común cuyo propósito es que la existencia de unos no pase por la subordinación de otros. Lejos de neutralizar el conflicto irrevocable de lo político, lo que hace es trasladarlo al plano de la multiplicidad. De ahí que la autonomía territorial, cultural y económica de la nación mapuche signifique ciertamente problematizar la teología económica del neoliberalismo, en su aprehensión de la tierra como recurso natural provocando su devastación, al servicio de la renta del capital financiero.

Que el mundo mapuche reciba en carne y hueso este perjuicio de lo que la modernidad ha llamado progreso, está en directa sintonía con su noción de la vida, irreductible a la concepción cartesiana del sujeto (heredera de la tradición personalista) que se funda en el dualismo antropocéntrico entre naturaleza y cultura. Pero la imbricación entre naturaleza y ser humano en la cosmovisión mapuche no es un simple ecologismo para salvar el planeta, sino una ontología social que es diferente (no necesariamente contraria) a la metafísica del Occidente cristiano.

No hace falta denunciar los horrores cometidos por el Estado chileno contra la nación mapuche durante 200 años de vida republicana. Los acontecimientos recientes se han encargado de mostrar cómo esa misma violencia colonizadora se vuelca contra chilenas y chilenos cada vez que reclaman en defensa de su dignidad, por lo cual el enemigo no es solo una nación extranjera, sino que quienes, dentro de la misma, se resistan a esta forma de vivir.

El devenir mapuche del pueblo chileno es lo que el colonialismo considera inaceptable, convocando a una delirante lucha entre naciones, cuando hace mucho tiempo que hasta la identidad chilena ha sido trivializada en favor de los intereses del orden global del mercado. Esta es la razón -incomprensible para Mosciatti- de que no haya jóvenes dispuestos a enrolarse en las filas del Ejército (o de Carabineros) e ir a defender la patria en una frontera de guerra.

Esta verdadera nostalgia decimonónica de Mosciatti, es un síntoma de la paranoia contemporánea que ve amenazados sus intereses por cada gesto que se disponga a la invención de un porvenir, codificando todos los conflictos como crisis de seguridad. No obstante, nadie nos prohibirá bailar cueca ni entonar el himno nacional, solo que ahora las tradiciones deberán ser sometidas al juicio crítico de la diversidad, en su deriva plurinacional o autónoma, y a la justa rebeldía de los pueblos, tantas veces traicionados por su patria.

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