El antropólogo Luis Morales es oriundo de Isla Negra. Amante de su tierra, tras finalizar sus estudios en la Universidad Austral de Valdivia, volvió a radicarse en el litoral. Es así como durante gran parte de su vida profesional se ha dedicado a recorrer y estudiar el territorio que lo vio nacer. Con todo el conocimiento adquirido, no duda en asegurar que la zona más rica en cuanto a asentamientos humanos primitivos es Algarrobo. Es por eso que hace cerca de un año atrás presentó a las autoridades municipales un proyecto de investigación cuyo principal objetivo era levantar un catastro con todos los puntos de interés, tanto arqueológico como antropológico, existentes en la comuna. Afortunamente, su propuesta fue aprobada y dentro de algunos días los resultados de su labor serán presentados públicamente en la Casa de la Cultura municipal.
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Tras meses de intenso trabajo, Morales logró detectar nada menos que 32 puntos de relevancia, y dentro de estos, distinguió a 5 como de importancia mayor. Entre estos, el conchal de quebrada Las Petras y el cementerio conocido como La Capilla I, descubierto accidentalmente en 2011 dentro de una parcela de Tunquén. Este último ha despertado gran interés dentro de la comunidad científica y alcanzado difusión nacional en los medios, porque brinda evidencias bastante notables de mestizaje entre la población nativa del litoral y habitantes de la Polinesia. Pero también hay otro punto de enorme trascendencia -para Luis quizá incluso el más importante de todos-, del cual muy poco se sabe y conoce: el sitio funerario indígena del Islote Pájaro Niño. «Corresponde a la cultura Llolleo, por tanto tendría una antigüedad entre los 1000 y 1200 años», precisa Morales, «y lo destacable es que los individuos de esta cultura tenían por costumbre enterrar a sus muertos bajo el piso de sus viviendas; se conocen pocos lugares, de hecho, destinados al entierro masivo de cuerpos.» Por otra parte, el hecho de que los nativos hayan elegido nada menos que el islote como sitio funerario despierta toda clase de interrogantes. A los llolleo se les conoce como un pueblo cuya dieta se basaba fundamentalmente en la caza y en la recolección de frutos. Respecto a los recursos marinos, solo se ha logrado establecer su consumo de moluscos extraídos desde las orillas del mar (de ahí la formación de los característicos conchales). Del manejo y la fabricación de embarcaciones poco se sabe. Aún así, lograron ir formando un cementario en el peñon, otrora separado del continente por un brazo de mar, muchas veces embravecido. Morales entrega otros antecedentes notables: «Se sabe que este sitio está compuesto solo por enterramientos que contienen restos de mujeres, los cuales fueron puestos dentro de grandes vasijas de cerámica, a modo de urnas. Ciertamente se trata de un lugar excepcional.»
El único estudio realizado hasta la fecha fue hecho en 1964 por el antropólogo Bernardo Berdichewsky, quien pudo comprobar en terreno la envergadura de los vestigios arqueológicos. Este medio ubicó al destacado académico, quien actualmente está radicado en Canadá, pero dada su avanzada edad no se logró establecer un contacto fructífero respecto a su señera investigación.
«El sitio se encuentra en la actualidad prácticamente devastado», comenta Morales. Algunas fuentes mencionan que esto se debería a la acción de piratas, en épocas pretéritas, asunto que el antropólogo descarta de plano. «Es absurdo pensar aquello. Los piratas buscaban oro o metales preciosos y estas sepulturas no contenían nada de eso como para despertar su interés», señala tajante. «Lo que sí está claro es que la isla tenía una especial importancia para los nativos. Es más: era un verdadero ícono dentro de su cultura y espiritualidad. Es indispensable que la actual población se de cuenta de esto y así se entienda que la isla no solo forma parte del patrimonio en términos ambientales y de vida silvestre, sino también en términos antropológicos, arqueológicos y culturales.»
(Foto: Paulo Aliaga)